martes, 23 de abril de 2013

LA TOPONIMIA GUANCHE (TENERIFE)





OBSERVACIONES
En mi anterior libro Topónimos Tinerfeños (edición austríaca, enero 1981), aporté 547 nuevos topónimos, los cuales no figuraban en los Monumento, Linguae Canariae, de Dominik Josef Wólfel. Dichos topónimos fueron luego incluidos por el grancanario Francisco Navarro Artiles, en su excelente Diccionario de la Lengua Aborigen Cana­ria (Teberite).
En la presente edición de Toponimia Guanche (Tene­rife) figura un total de 1.372 topónimos aborígenes de Tenerife: o sea, 825 nuevas voces aportadas (no recogidas en los Monumento Linguae Canariae, ni tampoco en el indicado Diccionario Teberite), amén de los citados 547 vocablos en la edición austríaca. […]

PROLOGO
De vez en vez y desde lo más hondo de mi pensa­miento aflora aquella curiosa suposición abonada y avalada por el padre Espinosa en la que el buen fraile dominico admitía la descabellada posibilidad de que los primeros que vinieron a esta Isla y la tomaron como aposento lo hicieron con las lenguas cortadas como castigo de roma­nos: "... y que en castigo del hecho, por no matarlos a todos, les cortaron las lenguas..." (Espinosa, ídem, pági­na 32). Ni aun siendo cierta la tesis de fray Alonso podría­mos terminar concluyendo que los descendientes de los tan bárbaramente mutilados nacieron sordos y mudos. Des­de luego aquella manera de pensar del excelente cronista no es en nada ajena al alimento de una pasión innata de aquel que se vio atrapado entre la realidad -a veces des­virtuada por unas profundas creencias religiosas-, la le­yenda e, incluso, la fábula. Sin duda, aun echando en falta un rigor histórico que nos llegaría mucho más tarde en el tiempo, lo aseverado por Fray Alonso nos libera de las ataduras y servidumbres de la ciencia y permite que deje­mos volar nuestra imaginación con el exclusivo e irrefre­nable deseo de otear desde lo alto esos inescrutables vericuetos que conforman el laberinto de unos silencios que, celosa e inevitablemente, impiden que cojamos el extremo de ese hilo conductor que habría de conducirnos a uno de nuestros sueños más anhelados: el pleno y nece­sario conocimiento de la antehistoria de Canarias. No obs­tante, y a pesar de este mi pesimismo de partida, admito sin ningún tipo de restricciones que debieron ser muchos los lugares de nuestra pétrea geografía en los que reverberaron los ecos de unas voces sencillamente ele­mentales, frescas y cabales. Que alegrías y penas debie­ron cantar y contar porque, como cualquier otro pueblo conocido, los guanches no podrían ser la excepción al gozo y sufrimiento humanos.
Del poema épico de Antonio de Viana afirmó Menéndez Pelayo que era obra o creación imperfectísima por contener demasiadas circunstancias prosaicas y dema­siada fábula para ser aceptada desde el punto de vista del rigor histórico. Lamentablemente es esta la tónica general de los autores clásicos y, de ahí, esa nuestra dependencia y limitación actuales para poder encontrar sentido allí donde no lo hay ni, presumiblemente, ha de haberlo. Es por eso que cuando copiamos de Viana sólo consigamos reafir­marnos en la imposibilidad de reencontrarnos con el len­guaje de los primitivos pobladores de las Islas. Observen qué difícil nos lo pone el poeta que fuera bautizado en la Concepción lagunera el 21 de abril de 1578 cuando escribe:
175 facilitar a veces lo difícil
Pero repugna a esta razón dudosa la diferencia de sus variadas lenguas, de costumbres y modos de república.
[…]


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